lunes, 11 de mayo de 2009

The Clinic, Oscar Hahn y una mujer hermosa.

Es martes y debo estar en el centro de Santiago a las cinco y media, Huérfanos con Banderas es una intersección conocida, pero no tengo ninguna imagen que asocie a esas calles, tendré que preguntar a algún tipo de un quiosco de diarios.
En el Terminal de buses compro el The Clinic para amenizar el viaje y en una de sus páginas hay un artículo que enfrenta literariamente a Oscan Hahn y a Claudio Bertoni, ambos candidatos al Premio Nacional de Literatura, paradójicamente de los pocos libros que tengo la gran mayoría son de poesía, el resto de diseño y cocina. Entre ellos casi todos los de Bertoni y un par de Hahn, en el diario seleccionan un par de poemas de cada uno y también por coincidencia decoré parte de mi cocina con poemas que me gustan en demasía… uno de los de Hahn esta pegado en ella y es justamente uno que aparece en el diario.
Por un rato pienso en quien debe recibir el premio y mi voto es para Hahn, el año siguiente se lo daría a Bertoni y quedamos todos contentos.

Llego a Santiago, corro por el paseo Ahumada en la dirección que creo correcta y tras un par de consultas llego a Huérfanos 1117, voy atrasado y es una reunión importante, la chaqueta que me prestó mi hermano va arrugada y el cuello de la camisa también (ambas cosas que no uso desde hace un par de años, al igual que zapatos). Todo mal, pienso, el ascensor se demora más de la cuenta y miro las escaleras, pero es el piso 11 y seguramente llegaría a punto de sufrir un paro cardiaco o sudado como futbolista. Eso si sería impresentable.

Mi cabeza últimamente esta llena de cosas.

Termina la reunión y es todo un éxito, miro hacia el cielo y doy las gracias, no a Dios.
Ya es de noche y camino de regreso al Metro, compro el tiquet y al momento de meter el boleto me pierdo sin saber por donde hacerlo, una señorita me indica por donde, es un tanto tonta la situación pero no me importa, no soy de Santiago y no me molesta que se note. Bajo las escaleras y ya en el andén miro al frente y veo un mar de gente esperando el carro, en el mío hay poca gente y eso me alivia…. Hasta el momento en que me doy cuenta que bajé por el lado equivocado y hacia Escuela Militar no esta Pajaritos, busco entonces un letrero que diga “Cambio de Andén” y en un instante estoy subiendo la escalera mecánica, golpeo con las rodillas esas puertas abatibles que se abren para uno y otro lado y me doy cuenta que la he cagado una vez más, que salí de la estación y que debo volver a comprar otro boleto. Pienso en lo loca que esta mi cabeza y que es un milagro que a estas alturas no me atropellaran o yo atropellara a alguien.

Finalmente me encuentro en el andén correcto, esperando el tren correcto, pero pasa uno y otro no logro subir, debo ser más agresivo y empujar, es lo que pienso…en el siguiente me meto como sea. En eso miro hacia el lado y hay una mujer comiendo maní en una de esas bolsitas de a cien, es hermosa y tiene el pelo tomado, tiene una nariz hermosa, es delgada, un poco más baja que yo y huele exquisito. “esto es así todos las tardes a esta hora” me dice seguramente al ver mi cara de provinciano. Yo esto lo había visto sólo en la tele, le digo, no soy de acá. Un segundo después llega el carro y abre sus puertas justo frente a nosotros, entramos como succionados por la gente y quedamos pegados el uno al lado del otro, la miro de reojo y noto que me esta mirando, la huelo nuevamente, ella al parecer también me huele, la sorprendo mirando los botones abiertos de mi camisa y ella me sorprende mirando su cuello. Todo el mundo esta en silencio y decirle algo habría atraído las miradas de todo el carro… y tan pegados que estábamos!.

Metro República, se abren las puertas y ella se baja rápidamente, la veo caminar en el mar de gente que camina por el pasillo y de un segundo a otro no distingo su cabeza de las otras. Ya en el bus pienso en lo estúpido que fui y en que debí haber bajado con ella e invitarle un café, un jugo, que se yo. Recuerdo el poema de Oscar Hahn que esta en mi maletín en una hoja del The Clinic, pienso en que debí arrancar la hoja y regalársela a ella, anotarle mi teléfono, mi correo, que se yo… es un poema que tengo pegado en mi cocina y que he leído una y otra vez.



EN UNA ESTACIÓN DEL METRO

Desventurados los que divisaron
a una muchacha en el Metro

y se enamoraron de golpe
y la siguieron enloquecidos

y la perdieron para siempre entre la multitud

Porque ellos serán condenados
a vagar sin rumbo por la estaciones

y a llorar con las canciones de amor
que los músicos ambulantes entonan en los túneles

Y quizás el amor no es más que eso:

una mujer o un hombre que desciende de un carro
en cualquier estación del Metro

y resplandece unos segundos
y se pierde en la noche sin nombre

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