Esta historia debe remontarse por el año 1993 ó 1994 cuando con una amiga nos juntamos a la "maratón" cinematográfica de un viernes de otoño, primavera, en fin de cualquier estación del año, reuniéndonos minutos antes de las 19 horas en la Sala Obra Gruesa de la Actual PUCV, a contemplar la película "Vampiros en la Habana", una animación del Director Cubano Juan Padrón del año 1985, película que veía por segunda vez ( la película que más he visto ha sido Metrópolis de Fritz Lanz de los año 20 en 7 ocasiones ) mi acompañante cinéfila, más que yo por ese entonces, era su tercera ocasión, luego de la función con enrielamos caminando por la Avenida Brasil, cada uno acompañado con un cogollo, al otrora mítico cine Valparaíso, hoy convertido en una muestra de nuestra decadencia cultural, pues está convertida en una tiendilla (famosas eran las tocatas de jazz), a ver la película Kika, del Director español Pedro Almodóvar, del año 1993.
Al término de la jornada cinematográfica empezaba la otra maratón, la de copas y baretos, esta chica andaba transmitiendo con un bar que había conocido un tiempo atrás, por lo que decidí que me "presentara" ese templo donde se degustan los néctares de los dioses, los manjares para el paladar, aquél lugar no fue otro que el siempre y bien ponderado, desde mi punto de vista y centro del antro porteño, "los siete machos"( bar con el cual existe una relación de amor u odio, no hay término medio), donde existía una "joyita" que reproducía disco de vinilo, mi acompañante era la única fémina dentro del recinto, por lo que las invitaciones de copas y de bailes era muy frecuente hacia ella, algunas copas me llegaban a mi de rebote, el desfile de personajes esa noche como otras tantas noches era increíble, el que se sentó con nosotros era el más estrafalario, en realidad no me recuerdo en detalles de los otros comensales, con una herida en una mano llena de puff, ver esa mano era estrambótico, además con unos alfileres alrededor de la herida; era como un personaje sacado de una películas donde actuaba Bela Lugosi o Boris Karloff, a esa altura de la velada ni idea de la hora, pues ninguno de los usaba reloj.
Ya cansados de la maratónica jornada que se extendió desde las 19 horas, emprendimos camino rumbo al Cerro Alegre, lugar de nuestras moradas, la sorpresa fue mayúscula al ver que estaba amaneciendo, así que las emprendimos al muelle Prat para ver el alba, por suerte el término de la fiesta nos deparaba el último cuete, así que amenizamos el amanecer tranquilamente sentados en una rotosa banca, con un cansancio que al fin y al cabo era efímero, en comparación con el deleite a la vista que nos regalaba la madre natura
Jaime Aneiva F.
miércoles, 3 de junio de 2009
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